Mes: enero 2014

Emprender, mucho más que crear empresas

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La palabra emprendedor proviene de la voz francesa “entrepreneur”, que aparece a principios del siglo XVI para nombrar a los hombres relacionados con las expediciones militares. A principios del siglo XVIII, los franceses extendieron el significado del término a otros aventureros como los constructores de puentes, caminos y los arquitectos.

En sentido económico fue definida por primera vez por un escritor francés, Richard Cantillón (1755), para designar a quienes eran capaces de asumir el riesgo y la responsabilidad de poner en marcha y llevar a conclusión un proyecto. De aquí surge la tipificación posterior del emprendedor concebido como una persona decidida a cumplir sus utopías factibles (Audretsch, 2012).

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De acuerdo con Luckmann (1996), la cualidad actitudinal y programática del proceso emprendedor es como un proyecto, que se observa como una invención práctica, porque es algo irreal, esto es, representa lo futuro en un presente. Estas utopías son prácticas, porque anticipan el futuro más irreal en un presente que acontece como posibilidad real. La imaginación proyectiva no es una fantasía pura, sino que puede imaginar algo que pudiera realizarse en ciertas circunstancias. Pero la fantasía proyectiva debe llevar consigo la posibilidad de la realización, en el futuro hacia el cual ha sido proyectada (Carsrud & Brännback, 2011).

De este modo, las personas que son capaces de ejercer una experiencia anticipatoria, es decir, ver en el futuro, y desarrollar acciones en el presente con el fin de lograr llegar a la meta futura, están demostrando una alta aptitud y capacidad emprendedora (Nueno, 2001). De este modo, merecen la calificación de emprendedoras aquellas acciones que van generando un cambio innovador en algún segmento de aquella parte de la realidad creada por el hombre en la sociedad, alentando con ello una intencionalidad transformadora y creadora de un cierto mundo que el hombre se representa; la imaginación, entonces, la capacidad de planificar y trazar algo no existente, es parte sustancial de la capacidad de emprender (Frese, 2004; Ireland, Hitt, & S.M. y Sexton, 2001; Schumpeter, 1934).

La persona emprendedora desarrolla una orientación teleológica – es decir, una acción orientada a un fin- para el desarrollo de una configuración mental del futuro. Por un lado, el pensamiento se representa en la obra final como ya realizado, y tomándolo como modelo se establecen una serie de actos secuenciales necesarios para avanzar hacia su ejecución (Thornton, 1999). Durante el proceso, el individuo no siempre es consciente de todo el proceso, ya que generalmente está embaucado en un proceso altamente emocional y en ocasiones, hasta visceral.

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La acción de emprender es una acción planificada (Ajzen, 1991), que supone una elaboración mental de la secuencia de actos en función de la consecución de un fin, que en su conjunto constituye un proyecto. El individuo emprendedor se adelanta a las necesidades del proyecto, marcando unas pautas sobre cuales serán las necesidades futuras. No se acomoda siguiendo los cauces de los cambios y sacar provecho de ellos como un oportunista cualquiera, sino que se trata de una persona que situada en su lógica existencial del devenir es capaz de fijar el camino del cambio, incluso yendo en contra de las normas establecidas si es necesario (De Noble, Jung, & Ehrlich, 1999). La acción es siempre humana, ya que indica un proceso que se desarrolla en el tiempo y se externaliza por medio de los actos. La acción es siempre proactiva en la medida que tiene un propósito, a diferencia de la conducta que nunca será proactiva dado que no dispone de propósito y, por tanto, no anticipa la acción.

Por consiguiente, un individuo típicamente emprendedor se caracteriza por presentar una tensión de espíritu continua, que lo hace propenso a actuar en el mundo para contribuir en su construcción, eso conlleva un acentuado sentido de compromiso con la singular idealización que ha traducido en proyecto de vida (Thurik & Dejardin, 2011). Este razonamiento rebasa y supera a la creencia de asociar emprendedor con empresario, cuando emprendedores hay a cientos en todos los órdenes de la vida no empresarial, y que generan una sociedad emprendedora.

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Bibliografía

Ajzen, I. (1991). Theory of planned behavior. Organizational Behavior and Human Decision Processes, 50, 179-211.

Audretsch, D. B. (2012). Entrepreneurship research. Management Decision, 50(5), 755-764.

Cantillon, R. (Ed.). (1755). Essai sur la nature du commerce en general (Vol. Reprod. facs. de la ed. de: Paris: Institut National d´Estudes Démographiques, 1952. Texte de l´édition originale de 1755).

Carsrud, A., & Brännback, M. (2011). Entrepreneurial motivations: What do we still need to know? Journal of Small Business Management, 49(1), 9-26.

De Noble, A., Jung, D., & Ehrlich, S. (1999). Entrepreneurial self-efficacy: The development of  a measure and its relationship to entrepreneurial actions. Paper presented at the Frontiers of Entrepreneurship Research, Waltham.

Frese, M. (2004). The psychological actions and entrepreneurial success: An action theory approach. In J. R. Baum, M. Frese & R. A. Baron (Eds.), The Psychology of Entrepreneurship: Lawrence Erlbaum: SIOP Frontier Series.

Ireland, R. D., Hitt, M. A. C., & S.M. y Sexton, D. L. (2001). Integrating entrepreneurship actions and strategic management actions to create firm wealth. Academy of Management Executive, Vol. 15, Nº1, 49-63.

Luckmann, T. (1996). Teoría de la acción social. Barcelona: Paidós.

Nueno, P. (2001). Emprendiendo. El arte de crear empresas y sus artistas. Bilbao: Deusto.

Schumpeter, J. A. (1934). The Theory of Economic Developmet: An inquiry into profits, capital, credit, interest, and the business cycle. Cambridge: Harvard University Press.

Thornton, P. H. (1999). The sociology of entrepreneurship. Annual Review of Sociology, 25(1), 19.

Thurik, R., & Dejardin, M. (2011). Entrepreneurship and Culture. In M. V. G. y. E. M. (Eds.) (Ed.), Entrepreneurship in Context (pp. 175-186). Routledge, London.